24 Dic Tras un año 2020 histórico por muchos motivos, el futuro sigue siendo prometedor e ilusionante

¡El final del año 2020 ya está aquí!, y pasará a la historia no solo como el año de la pandemia sino también, en el plano económico, como el año de la intervención masiva de bancos centrales y gobiernos, en paralelo a la crisis más rápida y profunda desde principios del s.XX. Vamos a ver qué implica todo esto y qué podemos hacer como inversores para protegernos de los riesgos futuros y a la vez beneficiarnos del salto y escalón tecnológico que estamos viviendo.

LOS NÚMEROS ÚNICOS DE 2020: UN AÑO PARA LA HISTORIA

Más allá de la pandemia, que todos conocemos en mayor o menor medida, lo que ha ocurrido en este año que termina es un parón económico sin precedentes donde la economía frenó a un ritmo del -10% anual (hablando de la economía americana), que a modo de comparación es el triple de lo que ocurrió en 2008, pero con una duración de un solo trimestre, lo que constituye otro récord de corta duración para una gran crisis como ésta. En Europa el parón fue incluso mayor, pero en ambos casos los bancos centrales y los gobiernos respondieron con una intervención masiva -basada en deuda- que ha provocado una reacción en la dirección contraria en la bolsa. Sin duda es discutible la idoneidad y sobre todo el tamaño de una intervención tan masiva y descomunal, pero desde luego a corto plazo ha permitido cortar de raíz el pánico bursátil y social, proyectándonos más allá de la pandemia.

El parón económico fue brutal y rápido, y sin embargo los beneficios de las empresas (en su conjunto) no llegaron a sufrir en la misma medida. Por un lado, la intervención masiva de las autoridades atenuó el impacto global. Y por otro lado, la potenciación en algunas especializaciones (dígase sectores como la salud y el tecnológico que no solo no han sufrido sino que han salido reforzados y acelerados de la crisis), son los motivos que han permitido que globalmente las empresas cotizadas en bolsa encajen el impacto de forma más limitada. Decíamos antes que a nivel económico global el parón económico ha sido del orden del triple de lo que ocurrió en 2008. Sin embargo, a nivel de beneficios empresariales, el impacto ha sido de tan solo la mitad de lo que fue en 2008. Y eso explica en parte la resiliencia de la bolsa ante la crisis económica.

EL FUTURO: OPORTUNIDADES Y AMENAZAS

En medio de esta época única que estamos viviendo, la revolución tecnológica sigue su marcha. Hace unos días, Apple presentó su proyecto de coche eléctrico para 2024 con unas baterías -supuestamente- revolucionarias, mostrando el enorme potencial que todavía tiene esta empresa y todas las revoluciones que aún están por venir. Otros gigantes tecnológicos siguen su propia hoja de ruta y nadie duda que la próxima década va a ser absolutamente brutal en términos de innovaciones y transformación económico-social. Como decíamos en nuestro artículo anterior, siempre hay diversas fuerzas que se confrontan en la bolsa, algunas positivas y otras negativas, algunas muy visibles (en especial las que provocan el miedo) y otras – las positivas- que hacen poco ruido y sin embargo son las que terminan provocando el impacto decisivo a medio y largo plazo. Dicho de una forma muy sencilla y directa, las buenas noticias no venden periódicos, así que nuestra percepción de la realidad siempre va a tener un sesgo más bien negativo, centrado en noticias de impacto, “negativas”, y de corto plazo; ignorando aquellas “positivas” que tienen un impacto más duradero y profundo en la economía y en la sociedad.

Como inversores debemos tener muy claro que el futuro camina hacia arriba, que siempre progresamos. No obstante, habrá tropiezos, crisis y volatilidad, y existirán riesgos que no debemos ignorar, y es ahí donde estará nuestro “arte” en la óptima selección de activos. Comentemos algunos riesgos, para terminar recordando cuál es la mejor protección frente a ellos.

El ciclo de deuda: la clave del actual ciclo económico.

La intervención masiva de los bancos centrales es un claro motivo de preocupación. El aumento brutal y masivo del endeudamiento público que los bancos centrales están protagonizando es algo que tarde o temprano tendrá consecuencias. Es probable que sea en los mercados de bonos y RF donde más pueda incidir, pero no exclusivamente. El siguiente gráfico muestra la evolución del endeudamiento mundial en términos absolutos (en dólares, barras verticales en azul claro), y en términos relativos (en porcentaje del PIB, línea azul oscura).

El riesgo de inflación… o deflación.

Una consecuencia de la intervención masiva de los bancos centrales es la temida inflación. Para muchos economistas ya deberíamos estar en un entorno de elevada inflación y sin embargo no solo no es elevada, sino que ni siquiera alcanza los “objetivos mínimos oficiales”. Por eso, no se puede descartar aún el riesgo de una deflación provocada precisamente por este entorno de tipos de interés negativos y agravada por una demografía complicada y decadente en occidente.

La valoración en máximos.

Consecuencia también de la creación de más “billetes” por parte de los bancos centrales para comprar bonos emitidos por los gobiernos, 2020 ha sido también el año en que la valoración (es decir, una medida de lo cara o barata que está la bolsa) ha alcanzado niveles históricamente elevados. Esto significa que, si la historia sirve de guía, la rentabilidad media anual esperada para los próximos 10 años debería situarse claramente por debajo de la media histórica (que es del 10% anual, inflación incluida).


CONCLUSIONES: Protegerse y a la vez estar expuesto al boom tecnológico.

Lo que ya es conocido en términos académicos como el experimento del siglo (es decir, el experimento de los bancos centrales imprimiendo dinero masivamente y bajando los tipos de interés a terreno negativo) es un factor de riesgo mayor. El interrogante sobre el valor futuro del dinero en una economía donde cada vez hay más dinero en circulación es cada vez mayor, y es una de las razones que están detrás de la subida del bitcoin como activo especulativo actualmente pero que poco a poco va ganando sitio en las carteras de los inversores bien diversificados.

Los niveles de deuda alcanzados en sociedades envejecidas como la europea, la japonesa y la americana son preocupantes de cara al futuro, porque las deudas normalmente hay que devolverlas, y todo endeudamiento es un menor consumo en el futuro. El entorno de tipos negativos es una bomba de relojería para todos los ahorradores y para la economía en general.

Y en medio de este contexto, la valoración de la bolsa alcanza niveles históricamente muy elevados.

Todos estos factores de riesgo están ahí, y aunque parezcan importantes -porque lo son- hay otras fuerzas todavía más poderosas que están en marcha: la innovación y el desarrollo tecnológico, fuente del crecimiento y expansión económica imparable de la humanidad desde hace siglos (y milenios). Esta es la fuente del rendimiento bursátil que debemos tratar de explotar como inversores, el motivo que explica el rendimiento que la bolsa ofrece a largo plazo. La cuestión clave es: ¿cómo beneficiarnos de esta realidad sin sufrir los riesgos de una hiper-inflación o una posible crisis económica mayor? La respuesta es simple y complicada a la vez. Es simple porque se trata de pensar a largo plazo, que es donde la innovación se impone. Pero es compleja porque no es nada fácil llevar esto a la práctica. Por eso, lo primero que siempre se debe recordar a cualquier inversor es que no debe invertir en bolsa un dinero que pueda necesitar para vivir en los próximos 8-10 años. Esta es la primera condición para evitar que una eventual crisis cíclica termine teniendo un impacto fuerte y sobre todo decisivo en nuestro patrimonio.

Dicho esto, también queremos recalcar que la bolsa es, paradójicamente, la mejor protección frente a escenarios de hiper-inflación o deflación, y frente a escenarios de crisis de deuda, o escenarios donde el dinero como activo financiero, pierde valor. Todo ello con la condición de que podamos mantener el horizonte en el largo plazo.

Los precios de las acciones se adaptan paulatinamente a los diversos entornos económicos posibles (crecimiento o contracción, inflación o deflación), manteniendo -a largo plazo- el poder adquisitivo de nuestro dinero.

En resumen, invertir en bolsa significa ser propietario de los factores de producción, y esta es la mejor forma de mantener y conservar nuestro patrimonio a largo plazo, más allá de los vaivenes y las convulsiones de corto (y medio) plazo, que como hemos visto en este año 2020, pueden llegar a ser muy violentas. El único secreto para tener éxito a largo plazo es no sucumbir a estos vaivenes y tener siempre la estructura patrimonial necesaria para navegar por esas aguas turbulentas, y la paciencia para esperar que el largo plazo termine imponiéndose.

Dicho todo esto y volviendo a la situación actual, no esperamos un cambio de tendencia para 2021, que debería ser un año de relativa calma después de lo vivido en 2020. Los indicadores macro y técnicos están en verde para los próximos 6-9 meses. Una corrección del 5-10% es posible en cualquier momento en bolsa, pero más allá de eso, en principio no esperamos nada grave. El año 2021 podría incluso empezar fuerte, lo cual incluye a Europa y a los mercados emergentes, que a lo largo de la última década se han quedado muy atrás respecto a EEUU. Es importante recalcar que no todas las décadas son iguales, y lo que funciona durante unos años (valores tecnológicos, por ejemplo) no tiene por qué ser lo que funcione durante los años siguientes. De ahí la importancia máxima de tener una cartera bien diversificada y de pensar siempre con mentalidad de inversor de largo plazo.